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El Niño Inca del Nevado del Plomo y los primeros estudios de momias del hielo en Los Andes

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Por: María Constanza Ceruti


El llamado “Príncipe del Plomo” es una momia infantil congelada que fue descubierta a más de 5400 metros en uno de los montes con glaciares que enmarca a la capital de Chile. En 1954, un arriero apellidado Chacón -que había recorrido previamente el macizo del Plomo- guió a dos arrieros más jóvenes hacia una construcción ritual prehispánica vista cerca de la cima, en cuyo interior yacía el cuerpo de un niño sentado, con los brazos enlazados en torno a sus piernas y su cabeza reposando sobre los hombros. Estaba vestido con una túnica de lana negra, tocado de plumas de cóndor y manta de lana de alpaca gris. Calzaba mocasines de cuero de llama y cargaba una pequeña bolsita tapizada en plumas, conteniendo hojas de coca. En su muñeca llevaba un brazalete de plata, y a sus pies, una estatuilla del mismo material. Las investigaciones de gabinete coordinadas por la Dra. Grete Mostny permitieron inferir que la víctima era un niño de ocho años de sexo masculino, que habría llegado vivo a la cumbre, produciéndose su muerte por congelamiento durante el sueño, en el marco de ceremonias de sacrificio y ofrendas realizadas por los Incas hace aproximadamente cinco siglos. La momia se conserva en el Museo de Historia Natural de la ciudad de Santiago.

 

La subsecuente historia de la arqueología de alta montaña se profesionaliza con la pionera labor de Juan Schobinger, profesor Emérito de la Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza, quien dirigió en 1964 el rescate de una momia masculina adulta encontrada por los andinistas Antonio Beorchia Nigris y Erico Groch a más de 6100 metros, en las alturas del cerro El Toro. En 1985, Schobinger recuperó también una momia infantil incaica a unos 5300 metros, en el contrafuerte Pirámide del Aconcagua. El niño del Aconcagua y el muchacho del cerro El Toro fueron destinatarias de estudios interdisciplinarios coordinados con médicos y expertos locales, tomando como inspiración las investigaciones de laboratorio realizadas en la momia del niño del Plomo.

 

En 1999, en la cima del volcán Llullaillaco (6.739 m), que constituye el sitio arqueológico más alto en todo el mundo, el antropólogo norteamericano Johan Reinhard y la arqueóloga argentina Constanza Ceruti (quien escribe) descubrimos las tres momias “del hielo” mejor preservadas de la historia, acompañadas de un centenar de objetos suntuarios de típico estilo Inca. Estudiadas científicamente con la colaboración de expertos locales e internacionales en la Universidad Católica de Salta (Argentina), gracias a su extraordinaria conservación por congelamiento, las momias de los niños del Llullaillaco y sus ofrendas asociadas permitieron reconstruir en detalle las ceremonias de capacocha realizadas antiguamente en las más altas cumbres, en ocasión de la muerte de un emperador Inca, para la propiciación de la fertilidad de rebaños y el apaciguamiento de catástrofes naturales. 

 

La presencia de glaciares en las montañas -particularmente en aquellas elegidas por los Incas para sus ceremonias- contribuye a la percepción compartida por pobladores, antiguos y actuales, acerca de la sacralidad del paisaje de los Andes. En el universo andino, al hielo de los glaciares se atribuyen propiedades fertilizadoras y terapéuticas, siendo considerado aún más “poderoso” que los ríos por tratarse de “agua en potencia”. En las últimas décadas han ido cobrando mayor importancia y masividad las peregrinaciones de campesinos indígenas a glaciares en la cordillera de Vilcanota, durante la festividad de Qoyllur Rit´i, en la que los devotos peruanos desafían los peligros de las grietas, en sus ascensos rituales a los glaciares del nevado Colque Punku. 

 

Los estudios científicos que realizamos en cumbres andinas contribuyen a la preservación y puesta en valor del paisaje arqueológico y cultural de la montaña, expuesto desde hace más de un siglo al impacto antrópico negativo que resulta de la depredación por búsqueda de tesoros y huaqueo, la destrucción por excesos en la minería o el turismo y factores vinculados al clima. Además, constituyen hitos en la historia de las ciencias antropológicas, plasmados en rigurosos estudios completados en entornos glaciares de altitud extrema, enfrentando hipobaria, hipoxia, temperaturas negativas, tormentas eléctricas y viento blanco, que añaden un máximo nivel de dificultad a la siempre delicada y metódica tarea del arqueólogo.

 

Los sitios arqueológicos de altura y las momias congeladas de época Inca cumplen un destacado papel en la construcción de las identidades regionales, capturando la atención pública a partir de las repercusiones internacionales de los hallazgos, en sociedades multiculturales de hispano-américa cuya “historia oficial” pretendía iniciarse con la llegada de los conquistadores europeos. Gracias a los estudios del niño del Plomo y los niños del Llullaillaco, la civilización Inca es parte de los contenidos básicos que se enseñan en escuelas de Chile y Argentina, evidenciándose también un incremento en el número de estudiantes universitarios que estudian antropología, además de las decenas de visitantes locales e internacionales que recorren los museos.

 

La arqueología de alta montaña permite ahondar en la comprensión del culto estatal en la expansión de la civilización Inca; descubrir y poner a resguardo evidencias materiales prehispánicas -incluyendo las momias congeladas mejor conservadas recuperadas de los sitios arqueológicos más altos del mundo-, contribuyendo a la preservación del patrimonio cultural para las generaciones venideras. Además, arroja luz sobre continuidades y cambios en la religiosidad andina moderna y su anclaje en el paisaje; fomenta la vocación por la investigación científica y la práctica del montañismo entre los jóvenes; promueve la valoración del legado cultural de los pueblos andinos y el desarrollo de las ciencias antropológicas, en particular la arqueología Inca, la etno-arqueología, la arqueología de la niñez y la montología.

Acerca del/a Autor/a

Constanza Ceruti es Miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Medalla de Oro en la Licenciatura en Antropología y Arqueología en la UBA. Doctora en Historia de la Universidad Nacional de Cuyo. Investigadora del CONICET y Profesora Titular en la Universidad Católica de Salta. Autora de veinticinco libros y más de doscientos trabajos científicos sobre montañas sagradas. Medalla de Oro de la International Society of Woman Geographers, Doctora Honoris Causa en Humanidades y Letras por la Universidad Moravian College y Disertante Distinguida en Antropología por la Universidad de West Georgia. Inició sus investigaciones sistemáticas en arqueología de alta montaña a mediados de los años noventa, cuando prácticamente no existían antecedentes de proyectos científicos especializados en estos temas. Escaló más de cien montañas con cumbres superiores a 5000 metros en los Andes. Su labor ha contribuido a consolidar el carácter científico de la arqueología de altura en los Andes y a promover, a nivel internacional, el desarrollo de la arqueología de glaciares, la antropología de montañas sagradas y los estudios de peregrinajes en altura.