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Sensibilidad Glaciar

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Por: Cristián Simonetti


Los antiguos Kawésqar tendrían una experiencia sonora de los glaciares que pareciera contrastar sustancialmente con la de la gran mayoría de las y los habitantes del planeta, quienes suelen contemplar visualmente las transformaciones de los glaciares desde sus pantallas, en el confort de la urbe. Habituados a navegar los canales y fiordos patagónicos desde la península de Taitao hasta el Estrecho de Magallanes en sus hallef (o canoas), estos “Nómades del Mar”, como los habría descrito famosamente su etnógrafo, Joseph Emperaire, habrían tenido como en elemento constante de su habitar a los glaciares. Su caza y recolección, principalmente de focas y mariscos, acontecía en la cercanía de majestuosos ríos de hielo blancos cuyas lenguas penetraban hasta el océano pacífico. Para ellos y ellas, dicho paisaje glaciar habría estado lejos de ser un escenario detenido, como solía ser narrado, a través de expresiones como “nieves eternas”, antes de la conciencia del cambio climático. Para los Kawésqar, los glaciares formaban parte de territorios en constante transformación, cuyo dinamismo penetraba sonoramente hasta lo más íntimo, hasta infundir respeto.


Así es precisamente como lo narraba Emperaire con relación a Mwono, deidad que, de acuerdo con su relato, vivía en los glaciares: 


“Otro espíritu, menos dañoso que Ayayema y Kawtcho, es el que ronda en la cima de las montañas y los glaciares. Tal es Mwono. El no abandona sus dominios y su acción no se ejerce sino contra los intrépidos que se aventuran cerca de los glaciares, en el fondo de los fiordos. Mwono es el espíritu del ruido. Es él quien precipita con gran estrépito las avalanchas y hace deslizarse a lo largo de pendientes pedazos enteros de montañas, que arrastran a rocas y árboles… 


…entre dos masas rocosas, profundamente excavadas, el río de hielo se desliza lentamente y llega hasta el nivel del agua en el fondo de una pequeña bahía o de un estrecho fiordo. Las orillas están bordeadas de árboles siempre verdes, y a cada lado del frente glaciar, a lo largo de los pequeños ríos de deshielo, se forman lagunas o pantanos. La masa de hielo se sumerge bajo el nivel del agua. Avanza poco a poco, suspendida y semiflotante, empujada por las masas que la siguen. El peso de este hielo suspendido se hace insostenible y de pronto el frente azul transparente se derrumba con un ruido de trueno mil veces repetido. El mar se agita en largas olas concéntricas sobre las cuales flota lentamente el nuevo iceberg, rodeado de centenares de trozos de hielo. Una quebradura nueva, azul, fresca, impecable, ha reemplazado a la antigua. No durará sino algunas horas o algunos días, según la época o la fuerza del sol. Las noches, en el fondo de los fiordos en que desembocan estos glaciares, están rasgadas por esos hundimientos de masas de hielo o por las detonaciones de inmensos bloques que se parten como un vidrio gigantesco bruscamente enfriado. El ruido se amplifica con el silencio. El hombre en su choza se siente pequeño y solitario y se deja sobrecoger por el miedo” 

Emperaire 2002 [1955]


Hoy sólo quedan algunos pocos descendientes de los antiguos Kawésqar nómades, confinados, inicialmente, a una reserva en Puerto Edén. Al igual que como occidente imaginó a los glaciares, como parte de un trasfondo estático perteneciente a un período geológico anterior al surgimiento de la civilización, los nómades del mar patagónico fueron confinados al puerto de la prehistoria, aquel anterior al sedentarismo, al surgimiento de la culpa cristiana para, desde allí, civilizarles, arrancándoles su movilidad. Hoy, lamentablemente, ya ningún descendiente se aventura a navegar los canales y fiordos patagónicos de manera nómade, en sus tradicionales canoas. Junto con su movilidad despojada, se extingue una sensibilidad única a las transformaciones de los glaciares; una sensibilidad cuya ausencia en la vida urbana – alejada de los glaciares – se extraña. Dicha sensibilidad sería plena, en tanto abarcaría la multiplicidad de los sentidos, al estar las personas inmersas en el territorio. 


En efecto, esta sensibilidad iría ciertamente más allá de la visión y la audición. Cabe notar, al respecto, que hoy reconocidos descendientes de los antiguos Kawésqar nómades, ubicados dentro y fuera de Puerto Edén, no reconocerían a Mwono como una deidad dentro de su cosmología. Sin embargo, para algunos, Ayeyema – otra entidad espiritual clave de la cultura Kawésqar, asociada en parte al viento y el caos – aparecería en ocasiones escondido entre los glaciares; una presencia aterrorizante que se sentiría en la piel (Pesce 2024). Dicha presencia se correspondería con aquello descrito en algunos de los primeros relatos de viaje generados por exploradores de la zona, incluyendo aquel narrado por el padre José García entre 1766 y 1767. En su relato, García daría cuenta de tabúes en torno a los glaciares asociados a rituales, donde las comunidades canoeras de la zona pintaban sus rostros en señal de respeto al glaciar. 


Más al sur, a la altura de la isla Navarino, dichos rituales resonarían a la distancia, en parte, con como Cristina Calderón, última hablante nativa de la lengua Yagán, recientemente fallecida en 2022, describía su experiencia de los glaciares a Cristina Zárraga, su nieta y actual continuadora de dicha cultura. Al igual que en el caso Kawésqar, la cultura Yagán – una sociedad canoera despojada de su movilidad originaria – habría crecido habituada a la presencia de glaciares. Para Cristina Calderón y sus ancestros, los glaciares eran como personas, a las que era necesario tener y dar respeto, por ejemplo, pintándose el rostro antes de mirarlos (Zárraga 2022). Conocer a los glaciares en estas latitudes pasaba nuevamente por sentir con la multiplicidad de los sentidos el devenir de los glaciares. ¿Que poderoso sería que toda niña y niño, tuviese la oportunidad de crecer sintiendo a los glaciares? ¿Qué poderoso sería que un requisito para gobernar en Chile fuese tener la posibilidad de experimentar un glaciar reverberar hasta las entrañas? Quizás el cuidado y protección de glaciares – de cuya existencia una gran parte de la población chilena y mundial depende – sería radicalmente distinto. Quizás aquel día, les daríamos el respeto que merecen.[1]  

 

Referencias

 

Emperaire, Joseph 2002 [1955]. Los Nómades del Mar, traducción Luis Oyarzún. Santiago: LOM Ediciones. 

García, José (1871). Jeografía. Diario del viaje i navegacion hechos por el padre José García, de la compañia de Jesus, desde su mision de Caylin, en Chiloé hacia el sur, en los años 1766 i 1767. Anales De La Universidad De Chile, Pág. 351–385. 

Pesce, Tomás 2024. Imaginarios glaciares en la política internacional sobre criósfera en Chile y su percepción en una comunidad Kawésqar y Yagán. Tesis no publicada para optar al Título de Antropólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile. 

Zárraga, Cristina 2022. Cristina Calderón. Memorias de mi Abuela Yagán. Santiago: Liberalia Ediciones.


[1] Sin lugar a duda, implementar iniciativas y requisitos de esta naturaleza tendría graves consecuencias para el frágil y dañado equilibrio ecológico de los glaciares. Sensibilizar a la sociedad sobre la transformación de los glaciares es una tarea no sólo pendiente, sino que inherentemente desafiante, lo cual es necesario afrontar de manera creativa y, valga la redundancia, sensible.     

 

Acerca del/a Autor/a

Cristián Simonetti  es Profesor Asociado en Antropología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su trabajo se ha concentrado en el entendimiento del tiempo en ciencia, en parte a través del estudio comparativo de imaginarios asociados al hielo glacial. Es autor de Sentient Conceptualizations. Feeling for Time in the Sciences of the Past (2018), co-editor de Surfaces. Transformations of Body, Materials and Earth (2020) y co-editor del número especial “Solid Fluids. New Approaches to Materials and Meaning”, Theory, Culture & Society (2022).